Hace unos días una amiga americana,
que volvió a Madrid después de bastantes años, me dijo que encontraba que la
ciudad estaba peor que nunca. Yo me extrañé al principio al oír esta
afirmación, y le recordé las mejoras de todo tipo que tenía la ciudad desde su
última visita. Ella me lo aclaró: “es la gente que va por la calle, está
triste, seria, preocupada, lúgubre. Ya no habla ni ríe como años atrás”. Hacía
más de diez años que ella no venía y me pregunté qué es lo que había cambiado
desde entonces.

Es verdad que leyendo los
periódicos agoreros y paseando por las calles alteradas o grises, sólo parece
que existen desgracias, problemas y tristeza, que ya no tenemos fuerzas para sonreír,
bailar o beber, sino que sólo protestamos y estamos frustrados.
Pero no nos dejemos deprimir por las
noticias en los medios. Porque hay mucho más. Si miramos atrás veremos que igual
que esta ciudad hoy está triste y herida, también pasamos en Madrid tiempos peores,
de odio y de guerra, de hambre y de postguerra, de crisis. Pero aquellos
problemas quedaron atrás y las heridas sanaron. En el periódico leo un artículo
denominado Unos americanos en Madrid,
en el que se habla de los escritores americanos que situaron aquí sus novelas
(Hemingway, Saul Bellow, Barbara Probst Solomon, John Dos Passos…). Algunos de
ellos, como Jenny Ballou, vivieron el Madrid de antes de la República, que como
ahora estaba plagada de protestas; otros como Dos Passos, sufrieron el Madrid
asediado por la guerra y otros, como Hemingway, dejaron en sus obras la crónica
de la postguerra. El escritor Ben Lerner
ha puesto de moda Madrid en Estados Unidos con su obra Saliendo de la estación de Atocha. El novelista Shteyngart piensa
que en esta ciudad “la fiesta no es que no se acaba, es que es infinita”.
Hay días que uno siente que aquella fiesta hace tiempo
que se acabó y que no se repetirá. Pero debemos mirar adelante. No hay nada escrito. El futuro que parece
amenazarnos depende sobre todo de lo que nosotros hagamos. Salgamos a la calle,
no sólo a protestar, sino a encontrarnos con los amigos, a pasear, a ver
exposiciones, al cine o al teatro. Y si hace mucho frío siempre queda la fiesta
interior, quedándose en casa leyendo un buen libro, escribiendo cartas a los
amigos que están lejos o escuchando buena música.