Hoy quiero hablarles de una hermosa
exposición que la Fundación Juan March ha inaugurado en Madrid con el título de
Paul Klee. Maestro de la Bauhaus. En ella
se exponen obras de uno de mis pintores favoritos. Se centra en los cuadernos
que escribió minuciosamente cuando comenzó a dar clases en la famosa escuela de
arte y diseño, creada por Walter Gropius en la Alemania de entreguerras. Si sus
dibujos, acuarelas, oleos y grabados son asombrosos, cuando uno observa sus
cuadernos de apuntes, que contienen toda una teoría sobre el arte, como notas
de sus clases, descubre la minuciosidad y el cuidado propios de las cuentas de
un ama de casa burguesa, o de un libro de recetas.
Y ahondando un poco en su vida
(1879-1940) nos percatamos que el bueno de Paul Klee escribió diarios desde que
1898, en los que reflejaba minuciosamente sus deseos de desarrollar su
personalidad y de experimentar la vida, sus reflexiones filosóficas y
estéticas, sus aspiraciones a llevar una vida de artista y los sucesos
cotidianos. Cuando en 1906 se casó con Lily Stumpf, se fue a vivir con ella a
Munich. Ella era pianista y vivían de lo que ganaba dando clases. En 1907 nació
su único hijo Félix. Klee lo cuenta así:
“El asunto duró treinta horas(...) Durante
mucho, mucho tiempo no se hizo uso de los forceps(...) Cuando llegó el doctor
Ashton dio ímpetu a las cosas. Lo curioso es que yo no pensaba para nada en un
niño, sino en mi mujer que tenía que estar sufriendo.
La operación y el malestar; no supe de nada más. Y eso que ayudé y eché gotas
sobre la máscara porque la anestesia la había dejado inquieta y porque los
tres, los dos médicos y la comadrona, estaban ocupados a más no poder. Y cuando
llegó el bebé, "un muchachito", estaba yo asombrado de que no se
fuesen todos tranquilamente, sino que por el contrario se formó un nuevo centro
de atención. Los primeros en irse fueron los doctores y nosotros nos quedamos
sentados. La señorita Singer y yo, contentos de que ya hubiese pasado todo. El
niño estaba bien envuelto y dormía. Cuando la partera, una dama joven por
cierto, no una vieja comadrona, también emprendió la retirada, nos quedamos como
una verdadera familia.”
Klee se hizo cargo del cuidado de
su hijo. En sus diarios llevó durante su primer año de vida un “Calendario-Félix”,
en el que mes a mes registraba el peso del niño, los primeros dientes, el
desarrollo motor y las primeras palabras. Cuando en 1909 sufrió una enfermedad
grave, anotó día a día la temperatura, las visitas de los médicos y los
medicamentos recetados. Si atendemos a su diario Lily apenas tomó parte. Él
también se encargó casi por completo de los trabajos y de la educación de su
hijo y asumió el papel de ama de casa, apartándose de las convenciones
burguesas de aquel tiempo. Este hecho, que hoy se empieza a aceptar, a
principios de siglo era excepcional. Hasta 1915, pasaba cada verano con él en Berna,
con sus hermanas y sus padres, lo que le permitía tener más tiempo para él,
mientras Lily se quedaba en Múnich.
Los diarios, que cubren 20 años
de su vida, fueron reescritos y corregidos en 1911, año en que inventarió sus
trabajos en un índice de obras. Sin escatimar esfuerzos, fue ordenando poco a
poco el monto de obras producidas hasta esa fecha, incluyendo algunos dibujos
infantiles. Cada año comenzó con una nueva numeración, distinguiendo las obras
que habían sido hechas al natural de las inventadas libremente. Y las que
tenían un carácter especial por suponer un cambio en su trayectoria.
Cuando fue contratado en 1920
como profesor de la Bauhaus, ya había adquirido reconocimiento como artista. Inició
su actividad docente en 1921. Su hijo Félix, de 14 años, fue el alumno más
joven de aquella escuela. Klee tenía ideas muy precisas sobre el empleo del
color, de la línea, de la forma, de la naturaleza y del movimiento. Ideas que
fue reflejando minuciosamente en unos cuadernos de apuntes que le servían para
preparar sus clases y que son parte del objeto de la exposición. Esos cuadernos
reflejan su personalidad cuidadosa, de amanuense de la belleza, de amante del
trabajo bien hecho, prolija en los detalles, precisa en los conceptos. Y esa
disección analítica, ese trabajo teórico y práctico de años de esfuerzo y
aplicación, cristaliza en una obra de una belleza fulgurante y en parte incomprensible.
Sus obras reflejan la magia de la forma y del color que constituyen un ejemplo
único en el arte del siglo XX. Recorrer
la exposición constituye un auténtico placer, sólo empañado por mi absoluto
desconocimiento del alemán. No se la pierdan.